Reconocemos que la mayor parte de los proyectos sobre identidad visual que realizamos abordan el rediseño de marcas ya existentes.
La diferencia básica entre crear una marca para una firma nueva, sin trayectoria ni identidad en el mercado, y el rediseño de una marca reconocida y asentada es la especial sensibilidad y cuidado hacia el componente emocional y psicológico que supone el cambio entre los responsables e integrantes de la empresa.
Nosotros lo solemos comparar -y así se lo explicamos a nuestros clientes- con cambiarse de traje, de uno raído, pequeño y gastado, a uno nuevo y de buena factura, para afrontar nuevos retos con la seguridad de transmitir una imagen coherente y sólida, y el reconocimiento de quienes ya conocen la firma.
Pero atención, porque no se trata de una pieza “pret a porter” que les proporciona cierta imagen concreta, sino una a la medida de lo que realmente son.
Esto requiere, por su parte, tener muy claros los objetivos de comunicación a los que tiene que servir esa imagen renovada. Porque, en el caso de no cumplirlos, el traje se convertirá en un disfraz que apenas podrá disimular contradicciones y errores.
A lo largo del proyecto suele darse lo que llamamos el “efecto caja de Pandora”, por el cual salen a la luz muchas fallas corporativas, y es muy curioso comprobar lo que un “inocente” cambio formal en la marca puede llegar a provocar entre sus responsables.
Surgen proyecciones personales, prejuicios estéticos e ingerencias que debemos comprender, contener y conducir, de manera constructiva, hacia la línea de comunicación marcada por las necesidades objetivas detectadas en la primera fase de análisis.
Acabamos de terminar el proyecto de rediseño de marca para una empresa de máquina-herrramienta de las que nos rodean, a lo largo del cual hemos podido compartir muchas de esas emociones. Ahora ya tienen el traje y el espíritu renovados para continuar el camino.
Nos encanta haber participado en ello.
Pd: Sabemos que -connotaciones ideológicas aparte- la metáfora del traje también nos lleva al cuento “el traje del rey” como ejemplo de los “sastrecillos” que venden humo (y da para otro comentario, un día de estos), y puede recordar aquello de que “el hábito ho hace al monje”, y que “aunque la mona se vista de seda, mona se queda”, que siempre hay que tener en cuenta…